jueves, 23 de junio de 2016

Pocos conocen, aparte de los profesores, lo que es entrar en un aula con treinta niños

A mis profesores y alumnos del Colegio Pedro Poveda
Miguel Llamas, profesor de prácticas en el máster de Secundaria y antiguo alumno del colegio

Hacer las prácticas como docente en un centro en el que estudiaste conlleva enormes sorpresas. Todo te parece más pequeño, los compañeros más cercanos y la sala de profesores, esa gran desconocida, ya no alimenta tu imaginación. Una vez que entras, todas las fantasías de tu época de alumno desaparecen. Nada de sofás cómodos, ni cocinas extraordinarias y ni mucho menos videoconsolas. Nada de jugar a la Play entre horas, esos espacios de tiempo se aprovechan para corregir exámenes, para construir rúbricas de evaluación o para preparar material. En esa sala, en la que se reúnen los docentes del centro, se trabaja y también se ríe, por supuesto, pero sobre todo es el punto de encuentro de un gran equipo profesional y personal  y de una gran familia.
Pocos conocen, aparte de los profesores, lo que es entrar en un aula con treinta niños. Al principio, y más si eres primerizo en esto de la enseñanza, el pánico se apodera de tí, las dudas te invaden y solo esperas que todo acabe bien y pronto. Sabes que la preparación que has recibido en el máster ha sido escasa, intuyes que vas a ser observado por los alumnos con lupa, que cada error que cometas será recordado hasta el fin de la humanidad, y piensas que igual te has equivocado al elegir la docencia como profesión, aunque lo que no sabes es que ella te eligió a ti.
Pero, cuando entras en esa aula, descubres la realidad y tu percepción cambia por completo. Entrar en una clase de treinta niños es entrar en un espacio en el que cargarte de energía, de juventud y en el que efectivamente hay treinta adolescentes observándote, pero están hambrientos de experiencias nuevas y ávidos de vida. Descubres que te reciben con los brazos abiertos, que son generosos y están siempre dispuestos a perdonar y olvidar. Por fin entiendes que no solo somos sus profesores o maestros, quienes les enseñan cosas y examinan que se hayan aprendido la lección. Somos sus guía, sus mentores, sus brújulas, su rosa de los vientos. No encuentro nada más sano para el cuerpo y la mente de un adulto que acompañarles en este largo viaje que desemboca en la madurez.

Es más, los docentes aprendemos de nuestros estudiantes, y mucho, asimilamos todo lo que el alumno pueda decir o hacer. Cada día descubres que poseen nuevas habilidades, intereses y conocimientos que jamás habrías imaginado y de las que te alegras enormemente. Su opinión importa, y es por eso por lo que quizás seamos tan pesados con que aprendan esto o sepan hacer lo otro. Deseamos que en un futuro no muy lejano sean adultos autónomos, críticos con su realidad y capaces de reflexionar sobre su papel en la sociedad. No podemos más que demostrarles la capacidad que se les brinda de crear, gestionar y de modificar la sociedad que les rodea. Tienen toda la vida por delante y en sus manos está aprovecharla, ellos son los protagonistas y no podemos más que agradecerles que nos dejen estar ahí. Gracias.
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